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Aún, hay veces por las noches en las que hablamos
tú y yo
cada uno en su lado de la mesa
mientras te miro a los ojos
y vuelvo a cogerte de la mano
como antes
y te cuento como fue mi viaje de vuelta desde Troya
cómo las victorias que traía conmigo
lejos de mejorarme
me volvieron arrogante y vanidoso
te explico que ahora entiendo
-aunque no pueda pedir que tú lo hagas-
por qué me demoré con Circe y con Calipso
o cómo vi mi humanidad oscilar peligrosamente
sobre el extremo de proa
cuando me llamaban las sirenas
y algún buen amigo tuvo que atarme a un mástil
para que no me hundieran mis deseos.
Aún, hay veces por las noches
en las que me reconozco a tiempo de gritar mi verdadero nombre
y reclamar que mi patria era la hermosa Ítaca
donde me estuviste esperando callada durante tantos
tan largos y tan tristes años
tejiendo y destejiendo los crepúsculos
mientras yo me demoraba en mi regreso a tus riberas verdes
distraído con juegos y aventuras de infancia tardía
y te digo
que ahora creo que mesuro cuánto me lloraste
en esas noches en las que tú hablabas conmigo
como yo lo hago contigo ahora
sin esperar que tú me digas nada
que imagino cuánto debiste susurrar mi nombre desde tu ventana
y maldecir a los dioses por apartarme de tu lado
por haberme hecho tan salvaje y egoísta
aunque los dioses nunca existieran
y solamente yo fuera responsable de nuestros naufragios.
Aún, hay veces por las noches en las que hablamos
sin rencor
con el alma limpia
y te digo que ahora comprendo que te cansaras de esperarme
que ahora sé lo que es la incertidumbre entre los edificios
que no te reprocho que abandonaras mi órbita
y viajases también, libre
donde quisieras
y que eres tú quien debe disculparme
que no quiero tener que seguir despertando en la oscuridad
noche tras noche
con la almohada húmeda sin recordar cómo
sin haberte escuchado decir
que me perdonas.
.
(c) Ángel M. Alcalá

 

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